ese flujo, esa náusea, esas tiras: aquí comienza el fuego

20.12.10

Sutilezas.

Capitulo 2

Petunia prendió un incienso, como todos los lunes. La cocina, el living, el lavadero, aquel Ficus, todo estaba igual. Eran las diez, la diez en punto; miró aquel viejo reloj que se posaba en la húmeda y descascarada pared, el segundero recorría cada número lentamente; no había ruido, no había viento, no había luz eléctrica, solo sol y aquellas blancas cortinas bordadas.
La taza del té yacía en la pileta, junto con su debido plato y la cuchara a un lado. A Petunia le correspondía ahora la pastilla de las once y media, faltaba un minuto, se sentó y esperó; cuando el reloj dio las once treinta (con la pastilla y el vaso de agua en mano) acercó su mano a la boca la abrió apenas un poco y un momento antes de soltarla se detuvo, pensó, dubitó y se arrepintió; decidió no tomarla.
Momentos más tarde , la hora de preparar el almuerzo había llegado. Se dirigió a la heladera, berenjenas. Una vez cortadas en finas láminas las dejó descansar en aceite hirviendo.
Servilletas y limón fueron el paso siguiente.

Reloj, doce en punto. Petunia, en la silla. Ficus, radiante. Cocina, humeante.
Petunia permanecía sentada en su amplia mesa, frente a ella: el mantel blanco, el plato de berenjenas, un vaso vidriado con agua, cuchillo y tenedor.

Pasaron las horas, el aire entró por aquella ventanita, Petunia decidió tomar un baño...

Se sacó aquel camisón que acariciaba su piel. Se sacó, incluso, aquella diminuta hebilla que decoraba su cabello. La cortina de plástico colgaba tiesa , estiró el brazo, tanteó a duras y penas casi sin ver la canilla del agua caliente. Pequeñas gotas derivaban en su brazo. Con dificultad logró ingresar una pierna en la bañera,luego más fácilmente la otra.
Se encontraba frente al violento chorro del agua. Se preguntó qué pasaba si acaso cerraba los ojos.

Tomo coraje y dio un paso adelante. El agua tibia explotaba contra su cuerpo.Petunia reclinó su cabeza un poco más y dejo que su cabello se hidrate, se estire y chorree.
Suavemente repasaba su cara con las manos, quería sentirse, necesitaba sentir la carne, la piel, los ojos y su lengua; acompañada del agua que salía expulsada.

No quería cerrar el agua, sin embargo con sus dedos arrugados decidió que había sido suficiente.
Corrió la cortina ahora empapada, y tomo la toalla. raspaba, pero contenía aún aquella sensación de suavidad, repasó todo su cuerpo, incluyendo los pies.

Ahora Petunia vestía un camisón largo hasta las rodillas , de un color apenas coral. Era suave y fino, sus mangas ni muy largas no muy cortas.

La cama estaba intacta, y perfectamente estirada.Abrió apenas una esquina y sacándose las pantuflas cuidadosamente se introdujo en aquel santuario de los sueños.

Primero, sentada con las piernas estiradas, sintió con los pies, aquella suavidad de la sábana inferior. Sentía el algodón rozando la piel, sentía un calor delicado y armonioso. Ahora, bajando un poco el torso y deslizando las piernas aún más abajo dela cama pudo reposar la espalda en aquel cómodo colchón. finalmente reposó su cabeza en la almohada más mullida de toda la casa, por último dejó caer los párpados.

Petunia sabía que era la última noche, fue el mejor sueño.




Lila


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