ese flujo, esa náusea, esas tiras: aquí comienza el fuego

20.7.10

Con los ojos cerrados, se dirigió al gran lavabo y tanteó con sus manos el gran objeto de vidrio que tenía enfrente. Una sensación de miedo y asombro al mismo tiempo la llenó por completo, y se sintió como una niña pequeña descubriendo el mundo. Abrió los ojos lentamente y se encontró con su imagen, una joven con una pequeña nariz, la comisura de los labios inclinada y unos ojos resplandecientes. Le sonrió a su imagen y se sintió feliz, llena. Era ella por primera vez. Al abrir la puerta del botiquín donde se encontraba su reflejo, se encontró con otro espejo. Un espejo más grande, más importante. Y la sorpresa era que se hallaba delante del rostro de otra persona. Delante de un joven. Un joven de la misma edad que ella, que sonreía de la misma forma, como si se estuviese observando por primera vez. Abría y cerraba los ojos, hacía muecas... ¿El podría verla a ella de la misma forma que ella a él? La joven acercó su mano al gran espejo, y sorprendentemente lo atravesó. Pudo ver, a través del espejo, que el joven hacia exactamente lo mismo. Se tocaron las puntas de los dedos, y por acto reflejo las alejaron rápidamente. Ella miró su mano, y con curiosidad, volvió a atravesarla por el espejo, y esta vez, al sentir el contacto de la otra mano, no se alejó. De un momento a otro se hallaba al lado del joven. Cautelosos, se miraron durante un largo rato que pareció interminable. Se tomaron nuevamente de las manos, y se entendieron, se identificaron. Esa mitad, esa mitad que todos buscan, que necesitan, estaba allí, delante de ellos. El espejo reflejaba su propia imagen y mostraba la unión imperfecta de la soledad.

[2009]

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